Cuando decimos smart cities una imagen conceptual nos trae una visión fuertemente asociada a la tecnología y a desarrollos urbanísticos altamente disruptivos. Sin embargo, en una encuesta[1] que realizamos a nivel nacional a 72 jóvenes con edades comprendidas entre los 17 y 20 años, sobre qué era para ellos una ciudad inteligente, surgieron otro tipo de conceptos, diversos a lo meramente tecnológico, hasta con mayor frecuencia: Inteligente es la optimización de recursos, la accesibilidad, la capacidad de adaptación, el bien común. A destacar, varios sostenían que para ellos inteligente es una ciudad que resuelve los problemas de las personas de manera “innovadora”, “creativa”, “empática”.
El primer punto que debemos comprender es que, más importante que el denominador tecnológico, lo fundamental para que una ciudad sea inteligente y sostenible, es que tenga un modelo que defina la forma en que se comporta “a pesar de” … todo.
La cuestión del modelo
El motivo por el cual el desarrollo de los modelos de negocio de productos y servicios se ha vuelto un hito indispensable de los últimos tiempos, responde a dos necesidades, la primera alcanzar el éxito, y la segunda, el desafío de procurarse el éxito a largo plazo, debido a la frenética variabilidad del entorno. Un modelo de negocio bien diseñado concentra sus esfuerzos en la generación de valor a sus clientes -y/o usuarios-, y esto se denomina desarrollar un modelo centrado en las personas, capaz de repetirse, mantenerse, escalarse.
En el caso de las ciudades, desarrollar un modelo que pone foco en las personas, significa atender de manera integral tanto los problemas y necesidades de sus habitantes, como las frustraciones e inquietudes que la forma de resolverlas les genera. Por más sutil que parezca la diferencia, la clave está en que “eficiente” es un parámetro que incluye la percepción y la experiencia del usuario.
Las ciudades son un ecosistema donde todas las partes implicadas (stakeholders) interactúan muchas veces en desequilibrio. El desequilibrio se podría medir en el grado de frustración de sus habitantes, que dentro del ecosistema logran desempeñar, con más o menos éxito, actividades propias de la vida urbana: trabajar, estudiar, emprender, hacer deporte, movilizarse, consumir alimentos e infinidad de productos, generar otra infinidad de residuos, sanar, enfermar, sociabilizar, recrearse, cumplir con los deberes ciudadanos.
Las ciudades inteligentes apuestan al bienestar ciudadano, y son conscientes que las actividades que desempeña el ser humano individualmente y en el plano colectivo guardan relación e impactan unas sobre otras, generando el reconocido caos y saturación de las ciudades, que a menudo atentan contra la calidad de vida.
De hecho, calidad de vida es un término sobrevaluado, y frente a necesidades básicas, muchas veces considerado un lujo que no es posible atender. La “calidad de vida” se produce cuando la saturación de los mecanismos de las ciudades no invade derechos, espacios y servicios que tienen relación con la dignidad humana. Establecida esa base, que reduce la brecha característica entre los márgenes de los centros de las ciudades y sus suburbios, el desarrollo económico de las ciudades se ve directamente favorecido.
A partir de la atención de las necesidades básicas, las ciudades inteligentes buscan incrementar el acceso a la calidad de vida disminuyendo las frustraciones que, para el segmento poblacional promedio, se traducen en ahorro de tiempo y dinero, o acceso a espacios o la posibilidad de desarrollar actividades deportivas, culturales y recreativas, por dar algunos ejemplos.
Inteligente es cómo hacerlo
De esta manera, en los modelos de ciudades inteligentes y sostenibles yace un firme propósito que coloca a las personas en el centro, y tres elementos clave en esta estrategia:
En primer lugar, necesitan de un cambio en la cultura organizacional y de gobierno, donde es esencial la articulación y participación ciudadana.
En segundo lugar, necesitan de una buena implementación y ejecución tecnológica. La tecnología permite relevar y procesar datos para transformarlos en información útil para la toma de decisiones, y la inteligencia de datos permite sistematizar conductas que se acercan a la empatía humana. Aun así, las preguntas y las decisiones siguen siendo humanas y requieren capacitación.
Por último y no menos importante, cada modelo, es decir cada Ciudad, necesita definir una propuesta de valor clara, una identidad, una voz y un propósito, capaz de comprender su escalabilidad futura en términos de desarrollo sostenible.
En definitiva, citando palabras de nuestro colega y referente en el tema, Mag. Luis Castiella, la ciudad inteligente es una cuestión de desarrollo, y la inteligencia, la forma más corta para llegar a él.
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[1] 2020, Innovatón: Desafío Innovación Punta del Este Ciudad Inteligente.
Sumamente importante vuestros conceptos académicos y ojalá nuestras autoridades escuchen y comprendan su importancia.
Estoy más en el área cultural del turismo, aunque mi formación en Turismo Sostenible me permite tener la visión general. Mis sugerencias es atender ese aspecto con tanto énfasis como el tecnológico, el ambiental, el urbanístico, etc.
A las órdenes en lo que pueda aportar.